Desde el Monte
Hermano Ezequiel Buenfil, C.SS.S.
PREGUNTA IMPORTANTE DE CUARESMA:
¿Dónde está tu hermano?
Es la pregunta que Dios le hiciera a Caín, apenas había asesinado a su hermano Abel por envidia y por celos: «¿Dónde está tu hermano?» A lo que Caín respondió enojado y con furia: «¿Acaso soy el guardia de mi hermano?» (Génesis 4,9). Y Dios, aparte de responder explícitamente a Caín, le hizo ver su grave pecado, pues sabía que él lo había asesinado, ya que a Dios no podemos mentirle, dado que conoce nuestros corazones. Pero, hermanos amadísimos en Cristo, esa pregunta divina a Caín: «¿Dónde está tu hermano?», y la respuesta de Caín a Dios: «¿Acaso soy el guardia de mi hermano?», no ha pasado de moda, hoy es más actual que nunca, tiene una dinámica que exige una respuesta cristiana sin ambigüedades.
Dios, no deja en realidad sin respuesta la pregunta del asesino Caín, le dice explícitamente: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra» (Génesis 4:10); y le responde también de manera implícita: SÍ, POR SUPUESTO QUE ERES RESPONSABLE DE TU HERMANO. Eres responsable de su vida y de su sangre, por eso te digo cuáles serán las consecuencias que enfrentarás por haber asesinado a tu hermano por envidia. Tu asesinato, Caín, no quedará impune. Darás cuenta de cada gota de la sangre del justo Abel.
Como vemos, Dios arregló las cuentas con Caín por el hecho de despreciar la vida de su hermano y asesinarlo por propia mano, pues Dios es el dueño de la vida. Por eso pregunta con autoridad y con derecho «¿dónde está tu Hermano?»; pues Él es el más autorizado para cuestionar a Caín.
En este pasaje del Génesis aprendemos que deberíamos amarnos unos a otros en vez de seguir el ejemplo de Caín. El Apóstol San Juan nos dice: «Este es el mensaje que han oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas (1 Juan 3:11-12). Así que como vemos, Dios, desde siempre, ha querido que nos amemos unos a otros. Por eso Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente (Mt 22, 37)... y con todas tus fuerzas (cf Lc 10, 27)». Y dijo con precisión: «AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TÍ MISMO» (Mateo 22:39).
Cuando meditamos en el asesinato de Abel, nos puede doler la actitud de Caín, y hasta podemos decir asombrados: ¡Qué crueldad y perversidad de este mal hermano que asesina a su propia sangre! Pero hay que estar atentos para descubrir que la enseñanza de la Biblia por el asesinato de Abel a manos de su propio hermano, es también una advertencia para cada uno de nosotros. El Papa Francisco nos lo recordó en una homilía (el mes de enero del año pasado) en la Iglesia de Santa Martha, en Roma, donde nos dijo abiertamente que: «Los cristianos cierren las puertas a los celos, envidias y habladurías que dividen y destruyen nuestras comunidades, pues eso es una derrota en el corazón, como ocurrió con Caín al decidir asesinar a Abel, cuando se dejó llevar por el “gusano de los celos y de la envidia». Y el Papa continuó diciendo: «Así actúan los celos en nuestros corazones. Es una mala inquietud, que no tolera que un hermano o una hermana tengan algo que yo no tengo». Y recordó que «cuando un hombre o mujer es esclavo de los celos y la envidia en vez de alabar a Dios, prefiere encerrarse en sí mismo, amargarse, cocinar sus sentimientos en el caldo de la amargura».
Bien clarito lo dijo el Papa Francisco en aquella ocasión, hermanos y hermanas: «Los celos llevan a matar. La envidia lleva a matar. Justamente fue la puerta de la envidia, por la cual el diablo entró en el mundo. Los celos y la envidia abren las puertas a todas las cosas malas. También dividen a la comunidad. En una comunidad cristiana, cuando algunos de los miembros sufren de envidia, de celos, termina dividida: uno contra el otro. Este es un veneno fuerte. Es un veneno que encontramos en la primera página de la Biblia con Caín».
«Así que, en el corazón de una persona golpeada por los celos y por la envidia, ocurren dos cosas clarísimas. La primera cosa es la amargura. La segunda actitud, que lleva a los celos y a la envidia, son las habladurías. Porque no se tolera que aquél tenga algo que yo no tengo; entonces, la solución es abajar al otro, para que yo esté un poco más alto. Y el instrumento son las habladurías. Fíjate bien y busca, siempre y tras un chisme verás que están los celos, está la envidia. Y las habladurías dividen y destruyen a la comunidad. Son las armas del diablo. Cuántas hermosas comunidades cristianas van bien, pero luego en uno de sus miembros entra el gusano de los celos y de la envidia y, con esto, la tristeza, el resentimiento de los corazones y las habladurías». Y es que, hermanos y hermanas, cuando una persona está bajo la influencia de la envidia y de los celos mata, y esto nos lo dice San Juan: «Quien odia a su hermano es un homicida» (1 Juan 3:15). Y como recuerda el Papa Francisco: «el envidioso, el celoso, comienza a odiar al hermano y luego, piensa en asesinarlo arruinando su reputación».
Así que, no está fuera de la realidad hacernos en esta Cuaresma la pregunta que Dios ha hecho a Caín ¿Dónde está tu hermano? Vale la pena que “los Caín” de nuestro tiempo nos respondamos con sinceridad delante de Dios que todo lo sabe y que todo lo ve, qué hemos hecho con la reputación de los demás. Y sin querer sacarle la vuelta a Dios, como lo hizo el Caín de la Biblia, analicemos nuestras consciencias para responderle qué es lo que hemos hecho con nuestros hermanos y hermanas del grupo apostólico, de la familia, de la colonia… pues realmente somos hábiles para asesinar la reputación de los que poseen alguna aptitud, talento o bien material que no tenemos. Muchas veces nos carcome la envidia al ver que a otros se les asigna la responsabilidad del grupo y a nosotros no, o que se les da algo que nosotros ambicionamos después de que trabajamos duro por conseguirlo. Entonces comienzan los celos y las envidias, y no perdemos oportunidad de asesinarlos destruyendo a nuestro antojo su reputación para desbaratarlos ante los ojos de todos. ¡Vaya prueba de nuestros lamentables complejos!
No nos importa juzgar y condenar a los demás, apelando a que “lo que decimos es la purita verdad”, o buscamos mentir y calumniar primero para hacer caer en descrédito público al otro y asegurar así que nuestro círculo de “compadres influyentes” no rompa con nosotros, para seguir gozando de sus “privilegios y palancas”, de su importante “amistad” pues eso asegura nuestro crecimiento e intereses particulares. Así quedamos bien con ellos y avanzamos un escalón más, aunque prostituyamos nuestras consciencias queriendo llamar malo a lo bueno y bueno a lo malo, buscando ingenuamente tapar el sol con un dedo. No nos importa señalar la paja en el ojo del otro, mientras escondamos bien la viga que tenemos en el nuestro; todo lo contrario a lo que enseña el Evangelio de Jesucristo, a quien nos atrevemos a llamar dulzona e incoherentemente (por nuestra actitud vergonzosa e hipócrita) “Maestro”. Mientras, como Judas Iscariote, le plantamos un beso en la mejilla después de haberlo vendido por una baratija. Nos tomamos una aspirina de “falsa prudencia” comprada en la farmacia de la “omisión” para disminuir el dolor de consciencia o hacerlo dormitar por un rato, muchas veces pensando, que los que tienen el “poder” en sus manos siempre tienen la verdad; y si no la tienen pues no importa, de todos modos al darles la razón, nuestro pellejo está seguro... así que con la cintura en la mano y sintiéndonos hombres y mujeres “no rebeldes ni desobedientes”, “solidarios al sistema” o “comprensivos con el patrón”, permitimos las más bajas injusticias… ¡pura conveniencia de nuestra parte!
De tal manera que, cuando miramos la violencia que duele en nuestro país, y pensamos que aquellos que matan físicamente y a sangre fría a su propia raza, a sus hermanos y hermanas, van a responder ante el tribunal de Dios, por supuesto que no nos equivocamos, pues si no se arrepienten Dios les pedirá cuentas. Por lo que esos hombres asesinos deben responderse ahora a sí mismos dónde están aquellos que han asesinado. Dónde están esos niños inocentes a quienes les han arrebatado la vida. Por supuesto que deben llorar esos crímenes y cambiar de vida quienes se atrevieron a quitar la vida a seres humanos llevados por el deseo de poder y de control o por volverse parte de un sistema corrupto; porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que cambie de conducta y que viva (Ezequiel 18, 23). El Señor, dueño de la vida de todos, le pregunta ya desde ahora a cada uno de ellos: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra (Génesis 4:10).
Pero no sólo ellos, mis hermanos y hermanas, no sólo ellos darán cuenta de la sangre de prójimo derramada si no se arrepienten. Cada uno de nosotros es responsable si “desangró la honra de su prójimo”, y cada uno de nosotros dará cuentas de “las muertes de reputación” que haya ocasionado con la mordedura mortal de sus propias calumnias y difamaciones, fruto de sus envidias e inseguridades; o con su complicidad al guardar silencio dejándose llevar por sus propios intereses y permitir la difamación, el chisme y la calumnia hacia otros. Pues con estas actitudes vaciamos de contenido lo que decimos creer de Jesús y contradecimos la fe cristiana que decimos profesar al arruinar las vidas de otros, en vez de buscar la manera de ayudarlos si los vemos caídos o atacados injustamente. Me parece que la pregunta de Yahvé a Caín: ¿Dónde está tu Hermano?, es una interrogación necesaria y propia para los que nos decimos cristianos. Hay que responderla en esta preparación para la Pascua con toda sinceridad, haciendo un valiente y contrito examen de consciencia cuaresmal, ¿no les parece, estimadas y estimados lectores?
ESCUCHAR LA VOZ DEL SEÑOR
Padre Agustín Pelayo, C.SS.S.
Hemos iniciado ya el camino de la cuaresma y gracias a Dios ya hemos caminado una primera parte de este tiempo de preparación para la Pascua. Ahora la liturgia de la palabra nos pide que abramos nuestros oídos a la escucha de la voz del Señor. Este es el eje transversal de las lecturas de este Segundo Domingo de Cuaresma.
En la primera lectura hemos contemplado el acontecimiento ocurrido con Abraham. Dios le hace un llamado, pero es una llamada que exige una respuesta muy difícil de dar. ¿A qué padre de este mundo no le sería difícil ofrecer el sacrificio humano a su propio hijo? El pasaje del Génesis que acabamos de escuchar no nos muestra mucho los sentimientos y emociones que Abraham en el momento en que supo que tenía que sacrificar a su hijo, pero lo más seguro es que Abraham debió sentir mucho dolor al pensar en lo que tenía que hacer con él. El Padre Celestial también sufre por el dolor y padecimiento de Su Hijo Amado, al cual desea que escuchemos, como lo expresa en el Evangelio de este domingo. Y si nosotros somos sus hijos, Dios también sufre cuando nos ve sufrir, a veces apartados totalmente de Él por causa del pecado, y por eso nos invita vez tras vez a escuchar a su Amado Hijo.
Así pues, la actitud que Dios nos pide hoy es la actitud de la escucha. En el pasaje del Génesis de hoy Abraham escuchó la voz de Dios que le habló. En El Evangelio el Padre pide que escuchemos al Hijo. Y aquellos que escuchen la Palabra de Dios tendrán a Dios a su favor, como lo oímos en la segunda lectura.
Hoy vivimos en un ambiente de mucho ruido. Y no pensemos que la música es lo único que nos impide escuchar. Junto con ella (y a veces peor que ella) hay otras distracciones más graves que nos impiden escuchar la voz de Dios: pensemos en las vanidades, en el egoísmo, en las posesiones materiales, en la lujuria, en el chisme y la mentira, etc. Pero de entre todas estas cosas que estorban el que escuchemos a Dios, hay un mal que nos aqueja mucho y que a mi ver es uno de los peores males que dañan como un cáncer mortal la vida de fe de nuestros pueblos, y que nos impide escuchar más que cualquier otro mal: me refiero a la indiferencia.
Ya el Papa Francisco nos dice en su mensaje de cuaresma de este año 2015 que esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Si queremos afrontar esta mala actitud –como nos lo dice el Papa Francisco– tenemos, como primer paso, que hacer lo que hizo Abraham, y lo que nos pide nuestro Padre Celestial en el Evangelio de hoy: escuchar: escuchar a Dios, escuchar a Su Hijo Amado, escuchar para saber cuál es Su Voluntad. La primera actitud de la persona indiferente es negarse a escuchar, y se niega porque simple y sencillamente no le importa aquello que le digan, aunque sea algo que le beneficie.
Había una vez un hombre al que le hicieron la siguiente pregunta: ¿Qué es peor, la ignorancia o la indiferencia? A lo que el hombre respondió con una fuerte ironía: “¡No lo sé, ni tampoco me interesa!”. Esta es la lastimosa actitud indiferente de muchos de nosotros que no conocemos a Dios y no nos interesa en lo más mínimo conocerlo. Y por lo mismo somos incapaces de conocer las necesidades y sufrimientos del hermano que tenemos al lado, ni nos interesa en lo más mínimo conocerlas, porque no estamos preocupados por ayudarlos. Si deseamos ser discípulos del Señor, él nos pide que escuchemos, que reflexionemos para que conozcamos, y conociendo amemos. Y es que todos sabemos que nadie ama lo que no conoce.
Si cada uno de los bautizados queremos encontrar la vida, escuchemos hoy la voz de Dios, así como Abraham, quien tras escuchar y obedecer esa voz de Dios obtuvo vida para su hijo. Si queremos encontrar esperanza escuchemos la voz del Hijo amado de Dios, para tener ese santo impulso que tuvieron Pedro, Santiago y Juan, quienes no fueron indiferentes ante lo que les había acontecido, sino que bajaron del monte preguntándose qué quería decir eso de “resurrección”.
Que Dios nuestro Padre nos ayude a escuchar, a abrir los oídos de nuestra mente y corazón para escuchar Su Palabra y entregarnos a su amor, venciendo toda clase de indiferencia. Que Dios les bendiga a todos.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán Hijos de Dios (Mt 5, 9).
Mis hermanos y hermanas, no pocas veces nos sentimos abatidos por la terrible violencia que nos aqueja, y duele ver la situación de inseguridad en que nuestro país vive. Cuando sufrimos los efectos de la violencia y vemos vulnerada nuestra seguridad, aparte de sentirnos atribulados pareciera que no hay más que hacer y nuestra esperanza tambalea.
¿Seremos pocos los que sentimos temor de salir a las calles en la madrugada por la necesidad de ganarnos el pan con el sudor de la frente? ¿No es mucha la impotencia que sentimos al descubrir, que sin el menor respeto se violenta nuestra seguridad, al vemos a merced de quienes quieran dañarnos? Y de verdad que duele amanecer después de una noche de sueño bien merecido por la jornada, y descubrir que fuimos despojados de un tanque de gas o de una bomba de agua que servía para el bien de la familia. Y es que a pesar de que oímos por parte de algunas televisoras bien intencionadas al respecto de que la violencia está descendiendo y que los bajos índices delictivos lo demuestran, y que por lo tanto –dicen- vivimos en un México más seguro, pues nos percatamos por otros medios de comunicación (por ejemplo la radio y el internet), que es todo lo contrario a tan maravillosos índices de baja en la actividad criminal que nos anuncia uno que otro medio de comunicación despistado.
Cada día se pone en evidencia lo innegable y lo que todos conocemos, que en los barrios más pobres, en las colonias más marginadas, donde no llega el drenaje ni la luz, o llega pero a medias, la violencia no disminuye, la inseguridad se acrecienta… pues ni las patrullas se atreven a hacer su rondín porque están tan dañadas las veredas o calles de terracería. Los de a pie, la señora que vende quesadillas, el panadero que recorre las calles encharcadas, el niño y la niña que bajan de su colonia pasando por calles obscuras sin alumbrado público, ellos y otros tantos más que no viven en zonas residenciales, podrán decir con más facilidad y con más certeza, si ha bajado o no la delincuencia y la violencia en nuestro país.
Y aunque no se trata de ser pesimistas, es cuestión simplemente de observar con objetividad cómo viven los sectores sociales más desprotegidos y descubrir con dolor la verdad. Una verdad que acusa que los acontecimientos que aplastan a los más pobres son preocupantes, por la carga de violencia e injusticia que contienen. Y estoy consciente que no pocas veces las noticias son algo amarillistas, y no alabo mostrar las escenas del crimen con tanto morbo, pero lo condenable en sí no son las noticias mostradas con falta de ética, sino que se quiera defender lo indefendible, que sí hay inseguridad y altos índices de criminalidad azotando sectores desprotegidos. Lo que demuestra que estamos atravesando por una etapa donde el mexicano se está haciendo cada vez más insensible e indiferente al sufrimiento ajeno.
Pues me parece que es seria la cosa, ya que nos cuesta ver al otro como a prójimo, y nos dejamos llevar por la ola de la ambición, de la corrupción y del utilitarismo…, del úsese y tírese. No nos tratamos como personas entre nosotros, menos como hermanos e hijos de un mismo Dios, solo vemos la oportunidad, muchas veces, de aprovecharnos del caído. No son pocos, definitivamente, los hechos violentos que duelen a los mexicanos. Aunque es verdad, esta cuestión de la violencia no sólo afecta a México, sino que está presente en el mundo, en medio de tantos hijos de Dios que sufren a veces mayores cosas que nosotros. Baste, para darnos cuenta de que hay quienes pueden sufrir más que nosotros, al reflexionar sobre la situación dolorosísima de: Siria, Irak, Israel, Palestina y tantos lugares de África que con demasiada frecuencia son primera plana de los informativos internacionales, con mensajes que no son precisamente de paz.
Y es que, mis hermanos y hermanas, el camino que parece tomar la humanidad es de violencia y de muerte… es una triste realidad que lastima y nos hace preguntarnos ¿hacia dónde estamos caminando… y qué es lo que hemos hecho con nosotros mismos? Y si estas preguntas aquejan tu corazón no estás por tan mal camino, mi amigo y amiga en Cristo, pues el mismo Papa Francisco dijo hace apenas el 08 de septiembre de este año, en un mensaje que envió con ocasión del encuentro internacional por la paz que reúne a líderes de diversas religiones en Amberes (Bélgica): que no se puede ser indiferentes ante los innumerables conflictos y guerras que hoy afligen la vida humana y destrozan la vida de los más jóvenes y ancianos...
Pero ¿acaso tenemos que conformarnos con esta situación? ¿Nada puede hacer un cristiano frente a esta realidad prepotente? ¿Tengo que tragarme que la vida es así… como la lucha del más fuerte contra el más débil y siempre el que pierde es el que está más amolado? ¿Todo es culpa de nuestras autoridades civiles y no me queda otra que resignarme? No, mis estimados lectores, definitivamente que no. El Santo Padre también dijo que: hay que ser constructores de la paz y animarnos a convertir las comunidades en escuelas de respeto y de diálogo con aquellas de otros grupos étnicos o religiosos donde se aprenda a superar las tensiones, a promover las relaciones pacíficas entre los pueblos y los grupos sociales, y a construir un futuro mejor para las generaciones venideras.
La cosa comienza por dentro, mi hermano y hermana, no lo olvides nunca. Tú y yo tenemos la principal responsabilidad de hacer un cambio concreto en medio de este drama social que se vive y no podemos dejarles a otros la parte del cambio que a nosotros nos toca. No sería de hombres ni mujeres cristianas justificar en los errores de otros mis propios errores. La Sagrada Escritura afirma: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios (Mt 5, 9). Y déjame decirte con toda confianza, que los pacíficos son llamados bienaventurados, porque primero tienen paz en su corazón y después procuran inculcarla en los hermanos en conflicto: Pues ¿de qué te aprovechará el que otros estén en paz si en tu alma subsisten las guerras de todos los vicios? (San Jerónimo).
Pero no olvidemos que la verdadera paz (tanto interior como exterior) no depende solamente de nuestro esfuerzo. Durante la celebración de la Santa Misa el sacerdote dice: Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles la paz les dejo, mí paz les doy, no mires nuestros pecados sino la fe de la Iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad. Luego extiende las manos y nos dice: La paz del Señor sea siempre con ustedes.
Y es que mis hermanos y hermanas, queremos arreglar el mundo lejos de Dios… como si Él no tuviera incumbencia en nuestra vida, en nuestra historia. Nos oponemos a las guerras, a la violencia y a la muerte, pero desgraciadamente nos alejamos del amor de Dios y alentamos la guerra interior donde nuestro capitán es el odio y nuestro general la envidia… nuestros ejércitos del yo interior son comandados por la prepotencia, y nuestros sargentos son nuestro rencor y el falso orgullo. Perdemos la guerra interior porque nos falta imitar la humildad del Maestro, por eso somos inseguros y dañamos a otros. Pues sí, mis muy queridos lectores, aunque la impotencia ante lo injusto nos lastime, muchas veces no podemos parar la mayoría de esas injusticias y abusos a los más desprotegidos, menos las guerras en otros países y ni siquiera los viles asesinatos que suceden en nuestro medio ambiente, en nuestras propias calles o barrios…, pero ¿no podríamos esforzarnos por lograr entre nosotros una convivencia menos agresiva? ¿No seremos capaces de respetar al otro, independientemente de sus ideas? ¿No está en nuestras manos conducir lo más humanamente posible a nuestras familias al corazón de Cristo? ¿No necesitamos acaso ser embajadores de la paz en vez de la división en medio del ambiente en que vivimos? ¿Acaso no podemos esforzarnos por construir de la mano de Jesucristo, en nuestro pequeño cuatro por cuatro, una sociedad en paz? Parece que el Papa Francisco se ha tomado este tema en serio…. ¿Le dejaremos solo?

...Y los poderes del infierno no prevaleceran sobre ella (Agost-20-14) | |
File Size: | 134 kb |
File Type: |

Humildad y Verdad (julio) | |
File Size: | 381 kb |
File Type: |

El hombre no puede ser separado de Dios, ni la poltica de la moral (Jul-17-14) | |
File Size: | 167 kb |
File Type: |

Defiendan la vida frente a la cultura deshumanizada de la muerte (Jul. 3. 2014) | |
File Size: | 148 kb |
File Type: |

30 años de Fundacion (Junio27 2014) | |
File Size: | 184 kb |
File Type: |

Ni tanto que queme al santo... Ni tanto que no lo alumbre. | |
File Size: | 119 kb |
File Type: |

Cómo vamos a cosechar paz en el pais, cuando lo que mayormente hemos sembrado es odio? (Ene- 26 -14). | |
File Size: | 279 kb |
File Type: |

El Bautismo del Señor (Ene-07-2014). | |
File Size: | 415 kb |
File Type: |

Ven pronto señor (Dic-17-2013). | |
File Size: | 84 kb |
File Type: |

Adviento (Dic-9-2013) | |
File Size: | 163 kb |
File Type: |

Donde esta tu Dios? (sept._29_2013). | |
File Size: | 129 kb |
File Type: |

Pedro la roca (septiembre 8_2013). | |
File Size: | 82 kb |
File Type: |

Yo he venido al mundo como luz (Agosto 25_2013). | |
File Size: | 185 kb |
File Type: |

En el cielo no hay sillas de ruedas (Agosto-18-2013). | |
File Size: | 112 kb |
File Type: |

Ora y labora (Julio-21-2013). | |
File Size: | 162 kb |
File Type: |

Cómo pedirle a Dios (Junio-16-2013). | |
File Size: | 232 kb |
File Type: |

De la Gracia a la desgracia (junio_9_2013). | |
File Size: | 260 kb |
File Type: |

A menos que se hagan como niños (Mayo -5-2013). | |
File Size: | 259 kb |
File Type: |

Dios la llama Bienaventurada.pdf | |
File Size: | 254 kb |
File Type: |

Quién es el verdadero sabio? | |
File Size: | 234 kb |
File Type: |

Amor o mentira. | |
File Size: | 99 kb |
File Type: |

La Oración es un medio. | |
File Size: | 156 kb |
File Type: |

Qué es el aquí y ahora. | |
File Size: | 77 kb |
File Type: |